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¿Es la inteligencia artificial el punto final del arte humano?

Foto del escritor: Camilo Fidel LópezCamilo Fidel López

Actualizado: 22 ene

Ciertos catastrofistas han anunciado el final próximo del arte y de los artistas por el advenimiento, cada vez más pronunciado y sorprendente, de la inteligencia artificial. Algunos otros también afirman que el mercado laboral se reducirá dramáticamente para millones de personas que se ganan la vida en labores creativas y artísticas. Y es probable que en el universo de sus propios términos no se equivoquen. Es más, aquella conclusión no sería descabellada si se asume que esta tecnología tiene la capacidad de “crear arte" —esa palabra resbaladiza— como sinónimo indubitable de arte humano. Incluso Yuval Noah Harari en su estupendo libro Nexus, por ejemplo, lo afirma varias veces sin percatarse; aunque a la vez  destaca  que “por ahora” las máquinas no tienen una verdadera conciencia como tal, lo que por efecto les impediría —en principio— replicar un repertorio emocional genuinamente humano. Esta deficiencia supondría una imposibilidad estructural de cualquier manifestación artística de la máquina. En estos días de abundancia de las profecías, me atrevo a lanzar una propia: el humano cuando es humano es inalcanzable



La Piedad de Miguel Ángel, arte imposible para la inteligencia artificial
La Piedad de Miguel Ángel, un ejemplo inmejorable de lo inalcanzable para la inteligencia artificial.


Probablemente es preferible aproximarse a la inteligencia artificial —que he probado un puñado de veces con resultados tan útiles como mediocres— como una tecnología de purificación del arte y de los artistas. Como un rito de vapores espesos en el cual una deidad conformada por elementos silenciosos e imperceptibles auxilia en el descubrimiento de la verdadera naturaleza de cada quién y de cada qué. No es el final del arte, es su depuración.  El desvelamiento de lo esencialmente humano al ser comparado con su réplica maquinal. Por efecto, la inteligencia artificial sería una herramienta mas que apropiada para saber en cada caso en concreto y con bastante precisión quién es un artista o qué es una obra de arte. Un proceso diluido de autenticación. Por comparación, lo humano —esa otra palabra resbaladiza—terminaría por relucir y salir a flote como una burbuja hecha de un metal precioso y liviano.  La copia inmaterial sería descartada ante la presencia de la sustancia humana.


No obstante, mal haría en pasar por alto la sorprendente capacidad —en un ascenso descontrolado y peligroso— que están teniendo las miles de inteligencias artificiales para emular las creaciones humanas o la fabulosa herramienta que puede ser esta tecnología para que el artista cree. Y aunque cada vez será más difícil comprobar el origen de las cosas que conforman el mundo, bien se podría resistir al evocar todo eso tan estrecho pero tan extenso que nos define. La siempre latente humanidad. Supongo que una vez llegada la replica perfecta —algún tiempo tardará— los artistas deberán recabar en su dimensión más primitiva para separarse de eso que produce en secuencias la máquina. Palabras más, palabras menos, dedicarse al arte sin cálculos, sin observar tendencias y evitar las lanzas venenosas de los públicos, esa precaria meta —tan en boga en estos tiempos— bien llamada “viralidad”.


En ese punto en particular los pesimistas no se equivocan. Muchos y muchas artistas han caído en la trampa del algoritmo y han sometido su trabajo a aquello que produce algún tipo de celebridad y atención en las redes sociales. No pocas veces veces sacrificando sus verdaderas opiniones y sensibilidades sobre muchos aspectos. Ocultando su humanidad e irónicamente emulando —de forma imperfecta— cómo funcionan estas inteligencias. Jugando a ser máquinas de carne desalmadas y desarraigadas. A ellos sí que les espera un futuro incierto. Con esa decisión equivocada sellan su destino y su fecha de vencimiento. Aquel que aplica la formula hasta la saciedad —el productor ideal— y pasa por alto el pensamiento y la reflexión detenida y atenta sobre su creación, se condena a ser reemplazado por una suscripción mensual de apenas veinte dólares. Al parecer la solución y la alternativa está mas cerca que la vuelta de la esquina. Se trata de un regreso puntual hacia cada quien, a su conmoción y a su entusiasmo, a eso que la máquina evitará para no correr el riesgo de terminar destruyendo a sí misma. Un asunto del que hablaremos más adelante en este espacio.











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