Las tres escenas serían ridículas si no fueran la probable anticipación de una tragedia social peor. De su agravamiento e irreversibilidad. Un tipo cualquier conducía su vehículo autónomo por una avenida luciendo sus gafas de realidad aumentada, recién estrenadas, desafiando las leyes de tránsito y de la prudencia. Otro, cruzaba la calle, con el mismo artefacto que le cubría la mirada, y se detuvo para mover sus brazos y manos como si cazara mosquitos imaginarios de verano. El peor, en mi opinión, era un muchacho que medio sonreía mientras viajaba en un metro, y ante la mirada asombrada de los otros viajeros, pinchaba un lugar invisible al juntar el índice con el pulgar. Movía la cabeza medio enceguecida como un pájaro de ornato. Y aunque las escenas y sus protagonistas no fueran del todo desconocidas -al haber ya sido parte de no pocas películas de ficción- verlas desplegadas en la realidad no deja de ser inquietante y estremecedor. Una nueva tecnología para el aislamiento ha visto la luz trayendo su propia oscuridad.
Desde luego, la dimensión mas siniestra de las nuevas Apple Visión Pro no es su condición de prótesis precarias de uno de los sentidos más esenciales para la especie humana. No es solo eso. Su sordidez surge del hecho de ser un artificio diseñado para multiplicar el consumo; al invadir una esfera propiamente humana. Con su uso, seguramente será muy popular, el horizonte de visión estará plagado (como las nubes de langostas bíblicas) con publicidades, ofertas y algoritmos que inunden la conciencia de falsas necesidades, sesgos cognitivas y noticias canallamente mentirosas. Las mal llamadas gafas lograrán sumergir al consumidor (Homo consumericus) en una realidad cómoda en la que todo lo placentero se multiplica entre pantallas y opciones agradables. El mundo se vuelve aún menos resistente, diría el filósofo Byung Chul-han, al tener todo a la mano. La experiencia de las Visión Pro, supongo, es muy similar a otra tecnología avasalladora que confieso he disfrutado: los audífonos con cancelación de ruido; esa ausencia que parece borrar el mundo exterior. Mucho me temo que poco a poco nos estemos convirtiendo en autómatas mitad carne y mitad prótesis. El sueño manido del cyborg quedó reducido a un ser que padece de una grave minusvalía visual y auditiva. Se paga para consumir sordera y miopía.
En todo caso, sería injusto y exagerado culpar a estos nuevos artefactos de causar una epidemia -por naturaleza y frecuencia- mucho más profunda y compleja como lo es la invisibilidad. En efecto, la progresión social de la invisibilidad (la propia y la ajena) lleva algo más de una década escalando en el diario vivir de las personas y se ha convertido en la esencia fundamental del comportamiento humano. No querer experimentar la vida al escaparse de ella a toda costa y precio. Tal y como cuando oí que alguien sentía ansiedad al ver un teléfono sonando y tener que contestar para oír la voz de otra persona. Para eso mejor un mensaje de texto, decía. Incomprensible y tenebroso. Ausentarse del fenómeno sensible del otro lo hace desaparecer. En ese sentido, el aislamiento, azuzado hoy por la virtualidad, ha opacado una cuestión fundamental: la necesidad de la carne y del hueso en las relaciones humanas. El fin de la incomodidad y de la confrontación, que en potencia es el otro, reduce la existencia a una mera apariencia; a una imagen aplanada encarcelada en una pantalla brillante. Acertaba el pensador inglés Oliver Sacks cuando denunciaba la situación como una grave catástrofe cognitiva de la humanidad.
Dicen que vivimos en una crisis de soledad que incluso ha prendido las alarmas de las políticas públicas de salud. Oímos historias escalofriantes de cadáveres que pasan semanas sin ser descubiertos por sus vecinos hasta que el olor -esa otra resistencia- se vuelve insoportable. Y todo sucede ante nuestra mirada desatenta. Esa mirada que se impide a sí misma ver al otro, saber de él, opinar distinto y someterse al escrutinio de los argumentos. Vidas entrelazadas que no se tocan por la invisibilidad. De esta manera, la soledad (y muchos otros males ) solo parece el resultado natural y lógica entre extraños que no se quieren ver.
Una de las promesas de las Apple Vision Pro es que el visor no allana del todo el campo de la vista sino que lo convierte en una especie de interfaz transparente: como una pantalla desaturada que aplana el mundo exterior. Y se me ocurre que quizás este artefacto solo sea la extensión costosa y plástica de una realidad social innegable y dañina: la de los seres invisibles por voluntad o el fin del deseo humano por el humano. Esa realidad en la que es mejor evitar los sentidos para escapar de los otros. Cerrar los ojos, esquivar la mirada, subir el volumen, abrir lo aplicación; todo lo que sea posible para manifestar el miedo y el egoísmo. El par de atributos definitorios de nuestra época que ahora se venden enfrascados por un puñado de cientos dólares. Un empaque vistoso que por alguna razón se asemejan en su forma y color a un artefacto quirúrgico. Bellos dispositivos de amputación.
Comments